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(Yo, quizá, nunca fui plenamente feliz, pero es sabido que la desventura requiere paraísos perdidos). No hay hombre que no aspire a la plenitud, es decir a la suma de experiencias de que un hombre es capaz; no hay hombre que no tema ser defraudado de alguna parte de ese patrimonio infinito.
Jorge Luis Borges – El Aleph – Deutsches Requiem
Hay muchas maneras de entender este pasaje de Borges, y muchas pequeñas joyas que analizar. Hace unos días, sin embargo, dos de sus frases me miraron fijamente a los ojos: No hay hombre que no aspire a la plenitud, […] no hay hombre que no tema ser defraudado de alguna parte de ese patrimonio infinito.
Pero, ¿cuál es ese patrimonio infinito? ¿Qué es la plenitud? ¿A qué aspiramos, y qué tememos perder o -peor- jamás conseguir? Estas preguntas me asaltaron en una noche de aquellas que recuerdan a la viñeta de Charlie Brown en Peanuts: A veces me quedo despierto por la noche y me pregunto: “¿En qué me equivoqué?” Una voz me responde entonces: “Esto va a llevarnos más de una noche.”
Es curioso atreverse a mirar a los ojos a las preguntas más difíciles que podemos hacernos – uno se da cuenta de que las respuestas que cree tener no aguantan demasiado escrutinio (supongo que es consuelo aquello que decía Feynman de que es mejor tener buenas preguntas a malas respuestas). Con el final del máster hace unos meses, se cerró otra etapa de mi vida. Y con ello se abrió, puertas de par en par, el principio del resto de mi vida. Y no pude sino preguntarme: ¿y qué pasa si no sale bien?
¿Y si no estás a la altura?
Por un lado, mis expectativas (muchas y muy altas, quizá también demasiado borrosas). Por otro, las expectativas de aquellas personas a quienes quiero y respeto. Las de aquellos que llevan cargándome en sus hombros desde que tengo memoria o desde que aparecieran en mi vida -gracias al destino o a quien fuera que metiera la mano en el sombrero para sacarlos-. Las de aquellos que siguen creyendo en mí y viendo en mí cosas que yo no siempre veo. Las de aquellos a los que realmente temo decepcionar.
¿Cómo acomodar todo ello en una vida? ¿Cómo sentir que realmente obtuviste todo lo que podías de tu vida? ¿Cómo alcanzar esa plenitud de la que habla Borges y no sentir que fuiste defraudado por el destino?
¿Qué pensarías si, dentro de veinte años, siguieras siendo “alguien con potencial”? ¿Es lo importante el camino y no el destino, si luego no llegamos donde pretendíamos?
A veces, incluso cuando logramos lo que nos proponemos podemos sentirnos decepcionados – la realidad tiene la mala costumbre de no querer adaptarse a nuestras expectativas. ¿Cómo definir la plenitud, entonces, si no es simplemente lograr todo lo que quisimos lograr? (la verdad es que espero que no lo logres) ¿Cómo sobreponernos al miedo no solo a no lograrlo, sino también a lograrlo y que no sea aquello que esperábamos? ¿Cómo enfrentarnos a la posibilidad de llegar al destino y darnos cuenta entonces de que realmente no sabíamos dónde íbamos? ¿De que, en efecto, ese patrimonio infinito del que nos creíamos señores al inicio del camino, no era más que un espejismo? ¿Cómo mirar entonces a los ojos a aquellos que creyeron en nosotros?
Esta es una de esas trampas que nos lanza la mente a veces para hacer a nuestros molinos parecer gigantes. A veces olvidamos que precisamente una de las razones por las que los demás creen en nosotros es porque nos quieren, nos respetan, y nos desean lo mejor. Parece obvio, pero, ¿cuántas de esas “expectativas” no son realmente ilusiones por nuestra potencialidad? ¿Un deseo de vernos en lo alto, de vernos felices? ¿Realmente son estas expectativas susceptibles de decepción? Y en caso de que lo fuesen, ¿estaban esas expectativas basadas realmente en una idea fiel de quiénes somos? ¿De aquello que nos motiva y nos hace felices?
En realidad, todo esto consiste en hacer las paces con la idea de que se puede intentar y no llegar, o de que se puede llegar y no encontrar lo que se buscaba. Consiste en hacer las paces con la idea de que es posible dibujar una plenitud inalcanzable -quizá porque no se puede lograr, quizá porque la dibujamos sin entender realmente lo que implica-. Y que aun así, se puede estar satisfecho con el resultado.
Y es que, si bien puede que nos defrauden parte de ese patrimonio infinito con el que tantas veces hemos fantaseado, quizá ni siquiera importe. ¿Quién piensa en lo que pudo ser cuando está realmente satisfecho con lo que fue?
Creo que, en realidad, lo que más asusta de preguntarse dónde estaremos dentro de veinte años de esa manera es menos el potencial fracaso que la falta de acción que se intuye en la pregunta. Pensar que dejamos que se llevaran lo mejor de nosotros los miedos a no estar a la altura, a decepcionar a quienes nos importan o a equivocarnos de meta (porque en lugar de pensar en nosotros nos dejamos llevar por otros).
La verdad es que el principio del resto de nuestras vidas suena a un buen momento para recordar que los únicos que descubren hasta dónde se puede llegar son aquellos que se arriesgan a intentar ir demasiado lejos (T. S. Eliot).
Intentémoslo.
A hombros de aquellos que, si no llegamos, estarán ahí para recordarnos que la plenitud no va de metas sino de aventuras. De Ítacas.
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