Planes

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Aquellos que me conocen bien saben que una de las máximas de mi vida es que “la disciplina consiste en elegir entre lo que quieres ahora, y lo que más quieres”. Siempre he pensado que tener una gran fuerza de voluntad es mucho más sencillo cuando uno se mira a sí mismo con vista de pájaro, y afronta cada pequeña decisión en el contexto de sus metas más amplias. Es la clase de tontería que siempre me ha ayudado a mantener una rutina de entrenamientos, a no saltarme alguna de las dietas raras que he ido probando con los años, o a persistir en cosas más serias cuando, como suele suceder de vez en cuando, solo puedes pensar en abandonar y en irte a la cama a mirar felizmente el techo.

Varias veces me han preguntado si esta filosofía personal es sencillamente otra manera de entender aquello de “mantener la mirada en el premio”. Creo que, aunque el mensaje superficial pueda ser el mismo, el mensaje de fondo no lo es. Cuando mantienes tu mirada fija en el premio no puedes estar disfrutando del camino a la vez. El proceso se convierte en esa molestia necesaria para llegar al final del camino. Y siempre he creído que el proceso, el camino, deben ser el principal foco de atención de cualquier cosa que hagas porque al final, aunque puedas estar trabajando para conseguir algo y observar el panorama general de las cosas (aquello de no perder de vista el bosque por culpa de los árboles) te pueda ayudar a alcanzarlo… bueno, la realidad es que puede que nunca llegues. Es en ese momento cuando uno se enfrenta a la pérdida de sentido – después de todo, si tan solo querías el premio, ahora que te has quedado sin nada, ¿cómo podrías estar satisfecho?

Esta “paradoja” que se produce entre no perder de vista el panorama general de las cosas al tomar las pequeñas decisiones, y a la vez hacer el esfuerzo consciente de elegir un camino que disfrutas, de parar a menudo a disfrutar de los pequeños hitos del camino y a apreciar aquellas pequeñas cosas que te ha traído el arduo proceso, es una de las cosas con las que más me he “peleado” mentalmente. Es un balance delicado entre la ambición y la complacencia. Y uno de los aspectos clave de esta relación está, probablemente, al otro lado de la moneda: el equilibrio entre la planificación y la necesidad de tener una estructura, y la adaptabilidad total.

Soy de esas personas que no puede evitar planificar su vida continuamente; que mira a cualquier decisión importante a través de las lentes del “¿qué pinta tendría todo si hiciera esto dentro de 1 año, dentro de 5, o cómo afectaría a toda mi vida? Esta tendencia provocó que diversas decisiones difíciles fueran retrasadas tanto como fuera posible, o que utilizara todo el tiempo disponible para tomar una decisión en una búsqueda sin fin por ese nuevo pedazo de información que –por fin– hará la decisión obvia. Por supuesto, tras cagarla unas cuantas veces uno debería acabar aprendiendo que este nuevo pedazo de información no existe (nunca existe), y que la mayor parte de tus planes se mostrarán inútiles constructos.

Y, sin embargo, soy incapaz de dejar de intentar planificar mi vida –no sé si a ti te pasará también–.

Llegó el momento, por supuesto, en el que me di cuenta de que no se trata de los planes en sí mismos, sino de la planificación (aunque, tal y como suele suceder, alguien ya pensó en esto antes – en este caso fue Dwight D. Eisenhower el que dijo que “Los planes son inútiles, pero la planificación es indispensable”). No se trata tanto del particular camino que has elegido como del tiempo que empleaste en pensar por qué querías ese camino, en divagar sobre algunas de las infinitas maneras en las que todo podría salir mal, y, por supuesto, en lo que harías si/cuando suceda. Y es que, si de verdad somos sinceros con nosotros mismos, no es complicado entender por qué la vida simplemente no se puede predecir. Tu camino se truncará y torcerá de más maneras de las que puedes intentar predecir o para las que puedas prepararte. Y por eso, la habilidad para darle la vuelta a todos tus planes en cualquier momento, conjuntamente con la habilidad de seguir planeándolo todo de todas formas, señalizan el verdadero equilibrio (aunque podríamos discutir si lanzarnos a ambos extremos a la vez es un auténtico equilibrio).

La verdad es que no tengo ni idea de la pinta que tendrá mi vida en los próximos 5 años. Bueno, la verdad es que no estoy seguro ni tan siquiera de dónde voy. Y no es porque no lo haya pensado, sino porque lo he hecho ya tantas veces sólo para ver cómo todo vuelve a cambiar y tener que volver a cambiar todos los planes, que se podría decir que a estas alturas (creo) he aprendido la lección. Este post es, de hecho, un post que llevo queriendo escribir desde hace 9 meses, aunque nunca había sido capaz de cristalizarlo hasta hoy. Hace un par de años ni siquiera sabía que mi empresa actual existía (no os digo ya si sabía a qué se dedicaban), y yo estaba completamente comprometido con la idea de hacer el doctorado en física teórica una vez terminara el máster. Curiosamente, tuve que cambiarme de máster y mudarme a mitad del primer año de máster, en el que considero uno de los puntos más bajos en lo que a mi capacidad de tomar decisiones se refiere, para empezar otro máster en otro tema (aunque aún con la idea del doctorado en mente). Como probablemente ya sepas, al final volví a cambiar de idea, y tras acabar el máster abandoné el mundo académico para unirme a McKinsey, volví a España desde Alemania, y básicamente le di un giro de 180 grados a (si es que podemos llamarla así a estas alturas de la vida) mi carrera profesional. Esta historia convirtió a esta dicotomía entre los planes y la planificación en un punto fundamental de mi vida: llevo ya un buen puñado de meses en un camino que hace dos años no sabía ni que existía, y sin embargo el cambió fue suave y sencillo porque durante todo el tiempo el camino ha sido el de un barco que cambia de rumbo más que el de una transformación repentina.

Por eso, la verdad es que si me preguntaras que dónde estaré en 5 o 10 años, te podría dar una respuesta. Pero siendo sinceros, creo que estoy de acuerdo con Richard Feynman cuando dijo que “es mucho más interesante vivir sin saber que tener respuestas que puedan ser incorrectas”.

Bonus: Pensé en cerrar el post aquí (ya es suficientemente largo), pero creo que una de mis citas favoritas es básicamente necesaria una vez llegados a este punto. Viene del libro Letters to a Young poet de Rainer Maria Rilke, probablemente mi libro favorito (y hay pocas cosas a las que yo llame “mis favoritas”), y uno de los pilares de mi vida una vez que crecí lo suficiente como para empezar a entender todo lo que este libro contiene. Este es, seguramente, su fragmento más famoso:

“Sé paciente con todas las cosas que siguen sin resolver en tu corazón, y trata de amar a las propias preguntas como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un lenguaje extranjero. No busques las respuestas ahora, que no podrían serte dadas porque no podrías vivirlas. Y la cuestión está en vivirlo todo. Vive las preguntas ahora. Quizá así, gradualmente, sin darte cuenta, un lejano día hayas vivido hasta la respuesta.”

Vive las preguntas. Ama el camino. Y por supuesto, recuerda que la disciplina no es más que elegir entre lo que quieres ahora, y lo que más quieres.

Y tú, ¿qué es lo que más quieres?

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