¿Tienes suerte?

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Si me conoces, probablemente sepas que tengo tendencia a trabajar mucho. No soy la clase de persona que pasa horas concentrada en una sola cosa salvo que sea absolutamente necesario. Me gusta cambiar de actividad cuando me cansa lo que estoy haciendo (por ejemplo, pasar de programar a leer algún artículo). También me gusta tomarme muchos pequeños descansos para evitar cansarme, o descanso para hacer algo de deporte. Ese tipo de rutina me ha ayudado siempre a trabajar durante mucho, mucho tiempo sin quemarme excesivamente. Por eso ha sido mi estrategia cuando tenía que estudiar mucho. (Pro tip: ¡Nunca descanses mirando Facebook! Es uno de esos descansos con los que realmente no terminas de desconectar.)

¿Por qué te cuento todo esto? Te lo cuento porque la verdad es que sí, trabajo duro, y trabajo bastante. Por eso, cuando consigo algo, siento que me lo he ganado, y que de verdad me esforcé lo suficiente como para conseguirlo. Sólo hay un problema con eso: es endiabladamente fácil pasar de “Trabajé duro para conseguirlo, así que me lo merezco” a “Lo conseguí, simplemente, porque trabajé mucho”. ¿Notas la diferencia?

La segunda opción establece una relación de causalidad: como trabajé duro para conseguir mi objetivo, lo conseguí. La primera, no: como trabajé duro para conseguir mi objetivo, sé que me merezco haberlo conseguido. Échales otro vistazo. La segunda opción implica que la razón de que lo consiguieras fue tu esfuerzo. Y por tanto, si sencillamente le damos la vuelta, nos damos cuenta de que también implica lo contrario: no conseguiste tu objetivo porque no trabajaste duro.

Estoy bastante seguro de que algo no te convence sobre esa última afirmación. Todos somos conscientes de que hay una enorme cantidad de razones por las que podrías haber trabajado muy duro, y sin embargo no haber conseguido nada. Quizá tu competición fue mejor que tú (¿deberías haber trabajado más duro?). O quizá trabajaste durísimo, pero en las cosas equivocadas (“La práctica no lleva a la perfección. La práctica perfecta lleva a la perfección.”). Quizá tu plan no era lo suficientemente bueno. Tú eliges.

Pero, ¿y la suerte? ¿Apareció en tu mente como una de las posibles alternativas?

Trabajar suficientemente duro

Una de las cosas en las que me he fijado en la gente más exitosa que conozco, es que hay una cierta tendencia a centrarse en la segunda idea (causalidad), en lugar de en la primera (merecimiento). Y hay una diferencia crucial entre estas dos ideas: la causalidad parece volvernos ciegos ante la suerte. Cuando sientes que has conseguido algo porque trabajaste duro para conseguirlo, también te hace conseguir que lo conseguiste únicamente porque trabajaste duro. Quizá el día que lo conseguiste eras perfectamente consciente de ese afortunado-pero-crucial momento en el que algo inesperado sucedió, dándote el último empujoncito que necesitabas. Pero un año después, se te habrá olvidado. Seguramente aún te acuerdes de ese momento, pero lo omitirás completamente en la narrativa que te hayas construido sobre tu logro.

En términos lógicos, lo que has hecho es ir desde “necesario pero no suficiente” hacia “necesario Y suficiente”. Es decir, que ahora son equivalentes el esfuerzo y el logro. Y casi sin darte cuenta, empiezas a asumir que quién logró cosas lo hizo gracias a su esfuerzo, y que quien no lo logró, no lo consiguió precisamente porque no se esforzaron lo suficiente.

Si ahora retomamos la primera idea, una vez llegados a este punto, algo curioso sucede: terminas asumiendo que si alguien no consiguió sus metas, o si alguien no consiguió llegar tan lejos como tú, fue precisamente porque no trabajaron duro (o, quizá, lo suficientemente duro). En otras palabras: porque no se lo merecían. ¿Te has dado cuenta del cambio? Similar a la estrategia del hombre de paja en un debate, le hemos dado la vuelta a la idea original saltando a una idea similar (pero no equivalente), y una vez le hemos dado la vuelta a esta otra idea, entonces saltamos de vuelta a la primera (que ahora ha sido corrompida).

Piénsalo durante un momento. Este es el tipo de actitud que verás en muchas personas de éxito (o en sus descendientes): si estoy donde estoy es porque me lo merezco; me harté de trabajar para ello (OK!). De manera similar, si tú estás donde estás, es precisamente porque te lo mereces: no trabajaste lo suficiente (KO!). Jaque mate. La diferencia es sutil, pero no son ideas equivalentes.

El papel de la suerte

Me gusta este fragmento del libro ‘Thinking, Fast and Slow’:

“La suerte juega un papel grande en todas las historias de éxito; prácticamente siempre es fácil identificar un pequeño cambio en la historia que hubiera transformado un logro importante en un resultado mediocre.”

Daniel Kahneman, el autor del libro, utiliza la idea de esta cita para mostrar, a lo largo del libro, varios de esos momentos en los que estar “en el sitio adecuado, en el momento adecuado” marcó la diferencia en lo que pasó después. De hecho, ¡muestra un par de ejemplos en la historia de la investigación que le acabó valiendo el Nobel!

Yo podría también pensar en muchos ejemplos donde la suerte cambió el curso de mi vida, o al menos el resultado de alguno de mis logros. Desde simples exámenes en los que tuve bastante suerte (por ejemplo, una vez, la idea mágica que solucionaba el problema me vino a la mente después de haber estado casi hora y media mirando al techo mientras pensaba “Joder, ¡voy a suspender!”), hasta encuentros casuales con personas que luego se demostraron esenciales para llegar donde estoy. Estoy seguro de que tu también puedes pensar en muchos ejemplos propios. (Y, de hecho, espero que pares aquí un minutito sólo para hacerlo.)

Uno de los ejemplos más citados es el de Google: Larry Page, uno de sus dos fundadores, intentó vender el motor de búsqueda por 1000 millones de dólares en el año 1997. El trató no llegó a buen puerto… y aquí estamos.

Concluyendo

El objetivo de este post puede resumirse en una frase: no importa cuánto éxito hayas tenido (o cuánto hayas fracasado); nunca olvides que, al final, todo se reduce a cuánto trabajaste, y a cuánta suerte tuviste. Pero, especialmente, nunca olvides la parte sobre la suerte: hay incontables ejemplos de gente que trabajó tan duro como tú, y que sin embargo nunca consiguió llegar a donde tú estás hoy.

Párate aquí otro minutito, y aprecia la suerte que tienes. Piensa en esos momentos que casualmente dieron forma a tu vida y a tu personalidad. Piensa en esos momentos aleatorios que, al final, te ayudaron a alcanzar tus sueños.

Trabajar duro es una condición necesaria para el éxito*. Pero en la mayor parte de los casos, no es suficiente. Si me permitís adaptar una frase de Pablo Picasso:

“La buena suerte existe. Pero te tiene que encontrar trabajando.”

¡Buena suerte!


[* Vale, no siempre. ¡Pero tú ya me entiendes!]

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