[English version here.]
Estuve leyendo esta Navidad el libro The Secret of Scent, del científico Luca Turin. Se trata de un estupendo libro sobre su teoría del olfato (bastante controvertida, por cierto), y en las primeras páginas me encontré con la siguiente cita:
[Traducción Propia] “El único sitio en el que hoy encontrarás Fougère Royale es la Osmothèque, en Versalles, el único (genuino) museo del perfume del mundo. (…) Coge el tren desde Gare Saint-Lazare a Versailles Rive Droite, un trayecto de unos veinte minutos. Sal de la estación, que ya parece provinciana con su fila de taxis Mercedes esperando -y sus desocupados conductores charlando-, y camina a lo largo de la interminable Avenue du Parc de Clagny. Todo el barrio emite la tristeza de los sueños cumplidos.“
La última frase (en negrita) hizo que dejara de leer durante un rato, y que meditara acerca de su significado. Seguramente te haya parecido tan extraña en un primer momento como me lo pareció a mí.
Durante gran parte de mi vida, he intentado destacar en todo lo que hago, no por competitividad -aunque puedo ser muy competitivo, rara vez es mi motivación para hacer algo-, sino por mí mismo. En ciertos momentos he luchado con mi motivación para hacerlo, con el “por qué lo hago”, o incluso con por qué hacerlo en esos casos en los que puedes ser suficientemente bueno sin esforzarte demasiado. También he luchado para evitar caer en la trampa que representa el “éxito”.* Y también he peleado con el hecho de saber que hay determinadas cosas en las que parece estoy predestinado a ser un poco inútil (véase bailar); o con la necesidad de elegir entre las cosas que merecen la pena y las que no (para mí), dado que el tiempo de que disponemos es finito. Las lecciones que he sacado de estas reflexiones se conectan de manera intensa con la noción de una “tristeza inherente” a los sueños cumplidos.
No estoy diciendo que espero que fracases en todo, o que alcanzar nuestros sueños es algo malo. Pero sí estoy diciendo que alcanzar todos nuestros sueños es, de hecho, algo muy triste, porque significa que nos hemos quedado sin sueños.
Los sueños no tienen por qué ser ostentosos. Aprender un nuevo idioma, aprender a bailar o aprender a tocar ese instrumento que siempre has querido tocar son tan buenos sueños como querer ser un astronauta. Aprender a hacer buenas fotos. Aprender a dibujar. Quizá ver músculos donde, hasta hoy, sólo ves grasa. O tener hijos y ser un buen padre. ¡La verdad es que no importa demasiado qué sueño elijas!
Porque los sueños no tratan sobre su logro. No tratan sobre el destino, o sobre la llegada. Tratan sobre el camino. Y tratan también sobre un camino que nunca acaba. Sobre un destino que realmente no importa. Sobre nuestras Ítacas [cómic en inglés: traducción del poema aquí]. Los sueños no son algo que deba entristecernos si no conseguimos alcanzarlos por completo. Son algo que debe hacernos felices mientras los perseguimos. Y son algo para disfrutar cuando los alcanzamos, antes de embarcarnos en nuestra nueva expedición. Incluso el más feliz de los viajes está repleto de dificultades y obstáculos -y seguramente, si no los tuvieran, no serían tan felices: ese sentimiento de conquista que nos invade y nos hace sentir en la cima cuando nos sobreponemos a algo que creíamos imposible es, probablemente, una de las mayores pruebas de que necesitamos lo malo para tener lo bueno.
Y los sueños también nos ayudan a levantarnos por las mañanas. Nos empujan a seguir cuando lo estamos pasando mal [en palabras de Nietzsche: ‘El que tiene un por qué para vivir puede soportar casi cualquier cómo.’]. Nos dan sentido. Y nos dan la oportunidad de brillar, de crecer, y de convertirnos en una mejor versión de nosotros. Y quizá lo más importante, nos dan la oportunidad de ver todo lo que hemos conseguido, y todas las cosas que, de repente, ya no están fuera de nuestro alcance. Nos dan la oportunidad de mirar al camino andado, y de mirar a todos los caminos que nos aguardan más adelante. Quedarnos sin sueños significa que elegimos darnos la vuelta. Que elegimos montar el campamento. O simplemente, que decidimos no seguir andando. Y el día que dejamos de caminar, es el día que empezamos a morir.
Sigue caminando. Siempre.
Ojalá nunca cumplas todos tus sueños.
[*[Traducción propia] “No apuntes al éxito. Cuanto más apuntes a él y lo conviertas en tu objetivo, más probable es que falles. Pues el éxito, como la felicidad, no puede ser perseguido; debe suceder, y sólo lo hace como el efecto secundario involuntario de la dedicación personal a una causa mayor que uno mismo, o como un derivado de rendirnos a otra persona que no seamos nosotros mismos. La felicidad debe suceder, y lo mismo pasa con el éxito: debes dejar que suceda a través de no darle importancia. Quiero que escuches lo que tu conciencia te ordena hacer, y vayas a hacerlo lo mejor que puedas. Entonces vivirás para ver que en el largo plazo -¡en el largo plazo, te digo!- el éxito te seguirá precisamente porque te olvidaste de pensar en él.” (Viktor Frankl)]
One thought on “Ojalá nunca cumplas todos tus sueños”