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Mientras echaba un vistazo a los periódicos, me encontré hoy con este artículo: Aprender a Pensar.
Para quien no se sienta con ganas de leer, un pequeño resumen: trata sobre un método educativo basado no en ‘aprender a estudiar’ (es decir, aprender a memorizar cosas, o aprender a localizar lo que te caerá en los exámenes), sino en ‘aprender a pensar’. Esto consiste simplemente en, en lugar de dar los contenidos al alumno con la cucharita como se hace tradicionalmente, ‘retarlo’ a adquirir (parte de, o todos) los conocimientos a través de alguna premisa o proyecto con la que el alumno pueda comprometerse (y por tanto, comprometerse también con su propio proceso de aprendizaje).
La principal barrera para aprender algo nuevo, es sentirse estúpido.
Me alegró especialmente leer este artículo porque es una de esas cosas que he comentado en alto varias veces (¡lo siento por los pobres de vosotros que me conozcáis y os haya tocado aguantar la chapa!), y que creo es una de las claves para conseguir alumnos más comprometidos con su aprendizaje y, sobre todo, algo que sería muy útil para nuestro país: empezar a perder la noción de que el que trabaja, o el que más se lo curra, es un pardillo. Nadie se beneficia de tu estudio salvo tú, y aquellos que dependen o dependerán de ti. Quizá esa sea otra lección interesante para aprender.
Pero vuelvo a lo que nos ocupa. El secreto de este método, es que es plenamente consciente de lo siguiente: la principal barrera para aprender algo nuevo no es intelectual, sino emocional.
Lo repito, pero con otras palabras: la principal barrera para aprender algo nuevo no es la falta de capacidad, sino el miedo a sentirse estúpido.
Muchos de los que me leéis consideráis que “no valéis para las matemáticas”. Que simplemente “no lo pilláis”. Y aunque existe un reducidísimo número de personas que realmente tiene un problema de aptitud para las matemáticas, o alguna particularidad mental que convierte las matemáticas en algo realmente complicado de aprender para ellos, tengo malas noticias para vosotros: no, no sois uno de ellos.
Hay un truco, y es que la razón por la que estáis anclados en esta creencia es doble. Por un lado, es la diferencia entre la mentalidad de crecimiento, y la mentalidad fija. Y por otro, la razón de ser de este post: el miedo a sentirse estúpido.
La primera razón se merece su propio post (¡y lo tendrá!), pero en resumen: si crees que naciste con determinadas aptitudes y habilidades, y que ‘eso es lo que hay’, tienes una mentalidad fija. Y si crees que tus habilidades y capacidades son algo plástico, que se puede moldear, entrenar, expandir, y añadir nuevas partes… tienes una mentalidad de crecimiento.
El problema con la mentalidad fija es que es una predicción que se cumple gracias a sí misma: como crees que no puedes hacer determinadas cosas, no harás lo necesario para aprender a hacerlas, practicarás -si lo haces- de manera ineficiente y sin darle importancia, y por tanto, no aprenderás a hacerlas, confirmando tu creencia de que, en efecto, no puedes.
El segundo problema llega con evitar a toda costa sentirnos como unos imbéciles. Cuando nos enfrentamos a aprender matemáticas, tenemos dos opciones: aprender las habilidades requeridas para hacerlo bien (por ejemplo, razonamiento y pensamiento abstractos), o utilizar la herramienta de siempre (la memoria). Pero aprender esas habilidades requiere aceptar que estaremos unas cuantas horas dándonos contra la pared, cada vez que aparezca algo fundamentalmente nuevo, que requiera una nueva manera de pensar o actuar. Es decir, aceptar que en el proceso para hacerlo bien, habrá no pocas “horas de estupidez”.
Esto aplica a básicamente cualquier cosa que queramos aprender, pero el caso de las matemáticas es particularmente familiar para todos, y por eso lo he elegido.
Vuelvo ahora al principio: justo esa es la principal ventaja de este tipo de métodos de enseñanza. Que nos enseñan desde pequeños no “a pensar”, sino a sentirnos agusto con esos ratos en los que nos enfrentamos a nuestra propia imbecilidad, a abrazar el hecho de que tras unas cuantas horas con esa desagradable sensación, habremos cruzado al otro lado, y seremos “competentes” en nuestra nueva habilidad. O a sentirnos agusto con el proceso de exploración, búsqueda, y “ensayo y error” previo al auténtico aprendizaje.
Por eso tener un proyecto que completar, con el que estamos comprometidos, y que se presenta como algo nuevo para nosotros, nos anima a aprender todo lo necesario, a buscar la información, a practicar la nueva habilidad que necesitemos… y no permite recurrir a la memoria para esquivar el problema. Para mí, ese es el gran poder de este método.
Pero si me dejáis ser un poco más directo…
Se trata de aprender a quedarse con el culo al aire. De aprender a aprender.